6/09/2009

Qáyin

Se descubrió los ojos. El mundo era otro. Un grisáceo cielo con cargadas nubes de fina lluvia, el fin se acercaba. Dio cuantos pasos le permitió la tarde hasta que la noche cayó en ambos ojos. El humo de sus memorias consumidas por el futuro de aquello que nunca llegaría a conocer. Una luz a lo lejos le indicó el punto de partida, a lo lejos, donde no llegaba voz.

El alba le sonrió por encima de su ocaso. Un nuevo día nacía a sus espaldas, uno hecho para el resto. Alguien gritó su nombre, el eco no pasó de la luz, era impalpable. La sombra de la multitud que lo seguía se disipó llevándose algo de su sucia alma. El cielo envuelto en llamas, cenizas cayendo por todos lados, su Génesis. La marca en su frente, era intocable.

Así deambuló por el desierto. Temió y odió. No entendía el propósito de su castigo. Un azote le marcó el rostro, un sello por la tristeza y decepción. Su víctima se llevó consigo el perdón. Solo hasta el fin de la pena. Por su atrevimiento separado, por su cercenante acto, por darle muerte a su sangre, por reclamar su puesto al lado del Supremo.

Impetuoso Caín. Dubitativo Abel.

Fecundados del mismo vientre. Uno al reino celestial, el otro a la sed del que cae siendo humano, condenado. Desterrado al oriente, Nod se hallaba tan lejos. Sin embargo, la Luna, que lo ve y oye todo, le dio cobijo al exiliado bajo el seno de la bella Lilith. La única que mostró compasión al hijo del primer hombre caído en tentación.

Impetuoso Caín, vuelve a reclamar tu trono. Vuelve para restablecer el orden. Tu hermano Set te llama, Abel clama por justicia, tus padres lloran su desdicha. Un hijo arrebatado por otro, ambos por causa de su creador. ¡Justicia para ambos! ¡Justicia para el mundo!

El titiritero dejó de serlo.

La rebelión recién empieza


Amén.