11/03/2009

Y se extingue en sí

La noche cae eterna en su cuarto. Una tenue luz blanca deja en evidencia la tristeza que lo tortura. Al fin es luna llena, ya no se siente solo. Abraza el único recuerdo que tiene de ella. Desnudo como ahora... sabe que ya no la posee, nunca lo hizo.

Sin cubierta que lo proteja de los recuerdos, ve como estos han logrado marcar su cuerpo. Delgadas líneas de agobiante placer que lo transportaban y hacían sentir más humano, menos bestia y viceversa. Añoraba el brote carmesí manchando su blanca piel, tiñéndola, calmándola.

Su seco y ardiente labio, el mismo que lamía y relamía luego de estirarlo, le recordaba su soledad. Día tras día se mordía sin reparos, esperaba a que las heridas "sanaran" y los estiraba. Sentir el métalico sabor de aquel líquido en sus labios y lengua lo adormecía hasta el punto de creerse otro, alguien con más autoestima y respeto a sí mismo, alguien mejor.

Pero cuando ninguna de dichas acciones lograban abrumarlo y, por el contrario, lo deprimían aun más, tomaba su cuaderno y lapiz y maldecía a cuanta alma se asomase al espejo. A medida que plasmaba sus sentimientos la sangre corría cuesta abajo. Pequeñas y brillantes gotas que se expandían al caer junto a sus lágrimas. Sentía vergüenza de lo que era, de su debilidad.

Hasta que una noche de brillante luna llena se dejó consumir por su locura.

Heridas más profundas, labrios más partidos, millones de hojas volando por el cuarto con una sola palabra: ¡Cobarde! Y entre llantos y gritos dejó sucumbir su alma, hundiéndola en un mar de humillación e indignación causados por una creciente repugnancia hacia su persona.

No hay comentarios:

Publicar un comentario